Es la memoria de papel la que
soporta el esfuerzo. En otros términos, las notas son para el que trabaja un
alivio en su tarea. Sin ellas, los recuerdos se tornan vagos y sin
consistencia.
Pero las notas
pueden ser peligrosas por sí mismas y por su cantidad. Peligrosas por si
mismas, porque si se toman en los momentos de pereza, y de sueño, del espíritu
crítico, constituyen un tropel falto de cohesión y de resistencia.
Peligrosas por su
cantidad, porque si no están admirablemente ordenadas, serán lo que es un
ejército que está en manos del jefe una tropa en desbandada después del pánico.
Existe un arte de
tomar notas, y cada uno tiene las que merece. Buenas notas son la recompensa de
una voluntad que sabe suspender el juicio luego de una valoración lúcida. Pero
no basta escoger rigurosamente a la entrada; es preciso, además, que cada nota
sea clasificada, y que pueda encontrarse inmediatamente entre miles de ellas.
Durante las
lecturas de formación intelectual, tomar notas es indispensable a causa de la
flaqueza de la atención y de la memoria. La escritura es un sostén para la
atención. El objeto de esas notas es poner a nuestra disposición el pensamiento
de un maestro, que podemos volver a evocar con frecuencia en su precisión, y por
consiguiente, incrustar en la memoria de manera que no se olvide.
Preocupantes y
raquíticas serán nuestras notas si no resultan de un esfuerzo del espíritu. No
se trata de tomar de aquí o de allá una frase o un trozo de frase. En necesario
penetrar el pensamiento del autor, comprenderlo, y luego exprimirle. Exprimir
es, propiamente obligar, mediante presión enérgica y sacar el fruto que
contiene. Por una especie de condensación de su pensamiento, que exige enérgico
esfuerzo. Luego estas notas, puestas en orden, se leen una y otra vez avanzando
para no dejar detrás más que recuerdos organizados indestructiblemente.
En cuanto a las
notas tomadas en el curso de lecturas edificantes, hay que formar con ellas
carpetas especiales. En ellas encontraremos la voz amiga y las palabras
reconfortantes de lo mejor de nuestros antepasados. No hay que temer copiar
los pasajes que nos han servido en momentos de desaliento, de disgusto, o que
han redoblado nuestro ardor en momentos de firmeza
.
Hasta aquí, no se
presenta ninguna dificultad. Esta no empieza sino en las notas de complemento,
en las de caza a través de libros y revistas y en las reservadas para aliviar
la memoria. La regla es que lo que debe aliviar no abrume. Es preciso un examen
severo. ¿Es auténtica la cita? Si el pasaje que seleccionamos de una revista o
un libro está firmada, ¿qué valor tiene el testigo? Es es realmente inteligente
o no es más que un seudo-intelignte? ¿Piensa con palabras o tiene contacto con
la realidad? ¿Es competente en el caso que se trata? ¿Cuál es su carácter, su
veracidad habitual? ¿Es apasionado? ¿Es impulsivo? ¿Tiene espíritu libre?
Ernesto Martinchuk
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