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escritura y lectura: actos clandestinos

 Portapluma artesanal
en Peteribí
con detalle Pavo Real
 
Los antiguos leían sólo en voz alta, siempre articulando las palabras. El texto pasaba por la garganta, la laringe, los dientes, la lengua, en pocas palabras por el cuerpo, por su composición sanguínea, muscular y nerviosa. 

Plinio el Viejo gozaba de poder contar con un lector griego y un escriba latino y junto a los dos leía y escribía durante las comidas, dejando de lado la intimidad del acto de escribir.

Aristófanes representa el acto de escribir en actitudes inverosímiles, al igual que Eurípides al escribir sus tragedias.

Cicerón, según distintos testimonios, escribía muy rápido en las tabletas que siempre llevaba consigo. Luego el escriba copiaba y el texto desde sus orígenes estaba vuelto a una exterioridad sin complejos, en muchos casos podría decirse impúdica.

Hoy nuestra escritura, por lo general, es producida en soledad, en algunos casos, tiene algo de íntimo, de perverso, de secreto o también, y porque no decirlo, de creación casera.

Resulta indiscreto mirar a una persona mientras escribe, y aún peor, cuando mientras lee está moviendo apenas sus labios. Captar el movimiento de la boca del que lee en voz baja, resulta una escena singular, llena de erotismo.

Estas formas, parte del pasado, parecen no ser posibles en la actualidad, donde la escritura manuscrita y la lectura en voz alta, son prácticas clandestinas.

Ernesto Martinchuk

Comunicación y conocimiento

La escritura registra más o menos fielmente el proceso evolutivo del consorcio  humano. La evolución del o mismo, no significa su progresismo sino, por el contrario, su problemática como condición determinativa de su vínculo con el conocimiento, de la fase de la aproximación, de la contradicción y de la ambigüedad.

Las necesidades humanas distinguen las fases de la escritura en cuanto estas legitiman  la documentación de los criterios con los cuales se satisfacen aquellas: a cada proceso cognoscitivo se período contrapone un período preparatorio, durante el cual la inteligencia humana esta empeñada en huir al repertorio de la escritura  y paradojalmente tiene intención de invocarla cuando se entrevé un aporte innovador que pueda mejorar las condiciones generales, a la comunidad en su conjunto.

Al comparar el sistema de escritura semítico occidental con el jeroglífico egipcio, del que derivó, es fácil ver que el semítico es más sencillo que el egipcio. Los signos semíticos, de 22 a 30, son más fáciles de aprender y más rápidos de escribir, que los cientos de signos del sistema egipcio.

Por otra parte, la introducción signos vacálicos en griego hizo que este sistema fuese más exacto que su antecesor, la escritura semítica occidental, caracterizada por la carencia de indicación vocálica.

La expresividad de una escritura  no puede escapar a la finalidad propia del conocimiento, que se compendia en su difusión y en su comprensión. Los sistemas semíticos responden a esta exigencia, que constituye un acuerdo obligado entre modelos expresivos de comunicación y modelos participativos de conocimiento.