Placeres

Cuando tenía veinte años solía escribir en bares casi todas las mañanas, pero luego, con el paso de los años, llegue a sentir un gusto particular por escribir en el tren.

No fueron pocas las veces en que, llevado por las alucinaciones de la historia en la que me había metido, olvide descender en la estación en que debía y llegar hasta el fin del recorrido.

Por supuesto, que el error tenía su compensación, y el largo viaje que me esperaba hasta llegar a casa me permitía seguir escribiendo en el vaivén siempre acogedor del vagón, un lugar fijo que permite el cambio permanente de la escenografía.

Con su traqueteo, el movimiento del tren nos envuelve hasta brindarnos una sensación de confort e intimidad que despiertan la imaginación, en especial en los los viajes nocturnos.

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