Si existe una palabra, una actitud, un acontecimiento, que pueda decir,
pensar, o hacer para ayudar mínimamente a aliviar este cruel mundo
que nos ha tocado vivir, mi mente y cuerpo allí estarán.
Cada día que vivimos deberíamos recordar que nadie es tan joven, ni tan
viejo como para no dejar de existir en este preciso instante.
Es en la continuidad donde se revelan los pequeños heroísmos o bajezas.
Todos hacemos un gran esfuerzo por llevar adelante el día a día y como, si
vivir fuera un perpetuo caminar sobre una cuerda floja, estamos siempre
esforzándonos en un equilibrio incesante.
En nuestra oscuridad, en toda esa vastedad, parece no haber ni un
indicio de que la ayuda llegará desde algún lugar para salvarnos de nosotros
mismos. En esa soledad y con la carga de su propio peso sobre nuestras
espaldas, transitamos por la vida.
No nos permitamos que los días empiecen y terminen sin hacer algo por el
otro. De lo que se trata, simplemente, es cómo cada uno enfrenta su realidad y
que sentido le encuentra a su existencia.
En el plano simbólico, el arte y la espiritualidad representan un
contrapeso a la cultura de la inmediatez, que por momentos resulta tan
superficial. Apostemos a una sociedad mejor, en la que el peso de los valores
del espíritu y la palabra tengan vigencia; se vuelvan cada vez más importantes
y más presentes.
El espíritu es lo que se proyecta más allá de nosotros mismos porque nos
permite imaginar hacia atrás y hacia adelante. Hacemos lo que hacemos para
trascender, por miedo a aceptar la muerte, pero el ahora que vivimos es
inmensamente rico porque somos, nada más y nada menos que: lenguaje, tiempo y
memoria.
Ernesto Martinchuk
No hay comentarios.:
Publicar un comentario