La escritura registra más o menos fielmente el proceso evolutivo del consorcio humano. La evolución del o mismo, no significa su progresismo sino, por el contrario, su problemática como condición determinativa de su vínculo con el conocimiento, de la fase de la aproximación, de la contradicción y de la ambigüedad.
Las necesidades humanas distinguen las fases de la escritura en cuanto estas legitiman la documentación de los criterios con los cuales se satisfacen aquellas: a cada proceso cognoscitivo se período contrapone un período preparatorio, durante el cual la inteligencia humana esta empeñada en huir al repertorio de la escritura y paradojalmente tiene intención de invocarla cuando se entrevé un aporte innovador que pueda mejorar las condiciones generales, a la comunidad en su conjunto.
Al comparar el sistema de escritura semítico occidental con el jeroglífico egipcio, del que derivó, es fácil ver que el semítico es más sencillo que el egipcio. Los signos semíticos, de 22 a 30, son más fáciles de aprender y más rápidos de escribir, que los cientos de signos del sistema egipcio.
Por otra parte, la introducción signos vacálicos en griego hizo que este sistema fuese más exacto que su antecesor, la escritura semítica occidental, caracterizada por la carencia de indicación vocálica.
La expresividad de una escritura no puede escapar a la finalidad propia del conocimiento, que se compendia en su difusión y en su comprensión. Los sistemas semíticos responden a esta exigencia, que constituye un acuerdo obligado entre modelos expresivos de comunicación y modelos participativos de conocimiento.
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