Literatura argentina en 64 casillas:



El ajedrez de Cortázar, Borges, Walsh, Martínez Estrada y Castillo

“Movimientos en blanco y negro. Historia, literatura y arte del ajedrez argentino” se exhibe en el Museo del libro y de la lengua y recorre la historia del ajedrez en nuestro país, junto a sus transformaciones y derivaciones culturales
Un tablero, treinta y dos piezas, dos oponentes. El ajedrez no es un juego de azar, sino un juego racional. Cada estratega decidirá el movimiento de sus piezas en cada turno. Su desarrollo es tan complejo que ni siquiera los mejores jugadores pueden llegar a considerar todas las posibles combinaciones.

Dijo el escritor estadounidense David Shenk: “Pensemos en un virus tan avanzado que infectara no sólo la sangre, sino también los pensamientos de su huésped, un ser humano. Se salvan de la infección el hígado y el bazo; en cambio, el virus se infiltra en los lóbulos frontales del cerebro y se apodera de las funciones cognitivas básicas, como la capacidad de resolución de problemas, el razonamiento abstracto, las funciones motrices especializadas y, lo que resulta más llamativo aún, la capacidad de hacer planes. El virus dirige los pensamientos, las acciones e incluso los sueños. Este virus se propone dominar no sólo el cuerpo, sino también la mente”. Ese “virus” se llama ajedrez. Se extiende a personas, al arte, la literatura y ahora también a internet, donde se generan encuentros virtuales para jugarlo.

Sobre las ruinas fue una obra de teatro escrita por Roberto Payró en 1904 y, la primera ficción argentina que incluye al ajedrez en la historia. Lo seguirá Leopoldo Lugones seis años más tarde, con el cuento Abuela Julieta (Lunario sentimental), iniciando así, la significativa presencia del ajedrez en nuestra literatura.

Continuará con la confirmación de la relevancia social y cultural de este juego de mesa, con Roberto Arlt y sus Aguafuertes porteñas. Julio Cortázar lo ve como un reflejo de la vida y lo incluyó en su obra más fundamental: Rayuela, mientras Ernesto Sábato consideraba que los pensamientos pueden ser vistos como “variantes ajedrecísticas”.

La poesía también se hizo eco de este deporte en poemas de Arturo Capdevila, Alejandra Pizarnik y Alberto Laiseca, cuyo título es el nombre del propio juego.

Sin embargo, son cuatro los escritores que se destacan por dar un lugar privilegiado al ajedrez en sus obras. Jorge luis Borges concibió una cosmogonía propia en la que lo colocó a la par de sus laberintos y espejos, mencionándolo en poemas, cuentos, ensayos y conferencias; Ezequiel Martínez Estrada lo citó en poesías, cuentos y en su ensayo La cabeza de Goliat; Rodolfo Walsh era un asiduo practicante en bares y cafés e incluyó el tema en cuentos policiales, en su obra teatral y en Operación masacre; Abelardo Castillo, otro gran jugador, lo estudió técnicamente y también en la complejidad de su origen en el libro Las palabras y los días.

El ajedrez es una pasión que atraviesa idiomas y fronteras, con la magia de un lenguaje único que une a Latinoamérica y el mundo, a las personas que lo practican y a quienes se fascinan por estas batallas sobre tableros. Dijo el maestro ajedrecista ruso, Anatoly Karpov: “El ajedrez lo es todo: arte, ciencia y deporte”.

A continuación, algunos extractos literarios destacados sobre el juego cuyo origen se sospecha asiático:

“En los Mabinogion, dos reyes juegan al ajedrez en lo alto de un cerro, mientras abajo sus guerreros combaten. Uno de los reyes gana el partido, un jinete llega con la noticia de que el ejercito del otro ha sido vencido. La batalla de hombres era el reflejo de la batalla del tablero”. Jorge Luis Borges, Guayaquil (El informe de brodie, 1970)

“Va a cometer un asesinato pero todavía no lo sabe. Es profesor secundario de matemática, está en su propia casa, acaba de llegar del Círculo de Ajedrez y, por el momento, solo le preocupa una cosa en el mundo. Qué pasa si, en el ataque Max Lange, las blancas transponen un movimiento y, en la jugada once, avanzan directamente el peón a 4CR. ¿Adónde va la dama? En efecto, ¿cómo acosar a esa dama e impedir el enroque largo de las piezas negras? Debo decir que nunca resolvió satisfactoriamente ese problema; también debo decir que aquel hombre era yo”. Abelardo Castillo, La cuestión de la dama en Max Lange (Las maquinarias de la noche, 1992)

“Aparte de los grandes maestros, que constituyen siempre excepciones individuales, nuestro medio ajedrecístico es de alta calidad y, sin disputa, lo que representa la óptima excelencia de nuestro pensamiento. No tenemos filósofos, ni escritores, ni hombres de ciencia, ni artistas que puedan ser considerados en paridad con los de los otros países, pero tenemos ajedrecistas que se pueden medir sin desmedro con los mejores del mundo”. Ezequiel Martínez Estrada, La cabeza de Goliat (1940)


“La primera noticia sobre los fusilamientos clandestinos de junio de 1956 me llegó en forma casual, a fines de los seis años, en un café de la plata donde se jugaba al ajedrez, se hablaba más de keres o nimzovich que de aramburu y rojas, y la única maniobra militar que gozaba de algún renombre era el ataque a la bayoneta de schlechter en la apertura siciliana”. Rodolfo Walsh, Prólogo Operación masacre (1957)

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